Mi percepción de los demás

Consiste en saber identificar, descifrar y valorar las  emociones y sentimientos de los demás. Es una especie de "radar emocional"  de incalculable valor para la vida social, incluida la empresarial. Dicha capacidad tiene poco de racional y mucho de inconsciente y de intuitivo.

La percepción de los otros se basa en la unidad de la persona humana, de su mente y de su cuerpo, de forma que es prácticamente imposible que el cuerpo no refleje de alguna manera lo que la mente piensa y siente. Por tanto, esta competencia significa ser capaz de comprender la condición emocional de una persona, escuchar simultáneamente lo que dice y  ser capaz de detectar las contradicciones entre las palabras de la persona y los aspectos kinésicos (lenguaje del cuerpo), paralingüística (acento, tono, silencios, velocidad, carencia, ritmo)  y proxémica (distancia entre los hablantes).

Algunas investigaciones indican  (Pease y Pease, 2006) que la mujer suele ser más perceptiva que el hombre, pues poseen una habilidad natural ( la intuición femenina) para procesar e interpretar señales no verbales de las personas. En este sentido parece que el cerebro femenino posee entre 14 y 16 áreas del cerebro destinadas a evaluar el comportamiento de los demás, mientras que el hombre sólo tiene entre 4 y 6. Además el cerebro de la mujer está más capacitado para la multitarea, o la capacidad de hacer varias cosas a la vez.

Una forma de aumentar la percepción es aplicando la siguiente fórmula (Cooper y Sawaf, 1998):

PI= (A+Q) x C.

PI= Intuición Práctica.

A= Atención. Centrarse en lo que está pasando a la otra persona. Esto permite descubrir muchos detalles que en caso contrario pasaría inadvertidos.

Q= Preguntar. Consiste en llenar los gaps de información que hay para tener una adecuada interpretación de la situación, mediante la realización de preguntas abiertas y cerradas.

C= Curiosidad. No quedándonos satisfechos con una percepción superficial y simple de la realidad, sino querer saber lo que realmente está ocurriendo, yendo más allá de las palabras  y las posturas aparentes de los otros.

Para algunos sociólogos, con Erving     Goffman en cabeza, nos pasamos toda nuestra vida  representando un papel (nuestro personaje público) como si estuviéramos en el escenario de un teatro, donde los otros son los espectadores. Las relaciones con los

demás descifra las actitudes  (disposición a actuar) y aptitudes  (habilidades y recursos) de cada  uno de nosotros para corresponder a la imagen social que queremos dar de nosotros mismos. Así pues, las interacciones con los otros  (interacciones sociales) se someten al juego evaluativo de la mirada de los demás, de la mirada de los otros, juego cuyo objetivo final es la aprobación de los demás.

Necesitamos al prójimo en la construcción de nuestra identidad individual, ya que gracias al otro aprendemos a realizarnos completamente. Con el prójimo todo es más difícil, sin embargo, sin él la existencia pierde su sabor. La vergüenza es un buen ejemplo para explicar las relaciones humanas. No se descubre al prójimo observándolo, sino sintiéndonos observados por él. Gracias a dicha mirada, podemos descubrir cómo nos percibe otra conciencia, cómo esa mirada se convierte en un muy buen profesor, aunque nos cuestione.

 ¿Hacia dónde se dirige la mirada del otro? Dos ojos, una, nariz, una boca, unos pómulos, unas cejas, unas pestañas, unos labios… La cara es el primer estímulo que se percibe de nosotros, donde pone el acento la mirada del otro, el barco que alumbra el faro del prójimo. Desde que nacemos ponemos la atención en la cara del otro o de los otros y éstos en nosotros. Existimos porque nos miran y de esta conciencia de ser mirados nace nuestro existir. Pero esta cara no es inocente. Por su fragilidad nos recuerda la debilidad inherente a la naturaleza humana y por eso nos llama la atención. Nos hace sentirnos responsables del prójimo, siendo el primer paso de la ética que evita reducir al prójimo a sí mismo para reconocerlo en su individualidad y singularidad, siendo la primera etapa de la filosofía que coloca al prójimo en el centro de nuestra relación con el mundo.