10/03/2018

La condición posmoderna nos deja una crisis de sentido de nuestra vida. ¿Qué hacer?

Durante siglos nos hemos apoyado en discursos sociales fundamentales (religiosos, políticos, filosóficos, etcétera) para generar el sentido que necesitábamos para seguir viviendo. Esos metarrelatos contestaban a las preguntas acerca de por qué la vida, nosotros y el mundo tenían un sentido. El debilitamiento de estos discursos fundamentales y su creciente incapacidad para generar por sí solos el sentido pleno de la vida que necesitamos es un rasgo de nuestro tiempo. Este rasgo histórico, llamado la condición posmoderna,nos deja en una recurrente crisis de sentido, donde las respuestas religiosas, políticas, filosóficas, etcétera, del pasado no pueden darnos salidas de forma tan efectiva como lo hicieron alguna vez. Muchos de los males sociales de hoy han sido respuestas, frecuentemente respuestas desesperadas al sentido del que carecemos. 

¿ Qué hacer? Sócrates decía “Conócete a ti mismo”. Dicha máxima nos lleva a volver a la filosofía practicada en la antigüedad, no la filosofía metafísica, abstracta y racional que busca las verdades universales, entre ellas la existencia de un Dios, sino una filosofía más práctica y centrada en el hombre que nos permita desarrollar un modo de vida que implica una conversión profunda (compromiso personal)  y que influya en todos los aspectos de nuestra vida, desde los más trascendentales como la profesión o la relación de pareja, hasta los más nimios como la forma de vestirse, de hablar o de comer, llevándolo a acabo a todas las horas del día, desde que uno se levanta hasta la hora de dormir.

La filosofía en este contexto es una especie de “arte de vivir”, de  “medicina del alma”, que consiste en una serie de ejercicios filosóficos o espirituales  y en la introspección (ir hacia adentro de uno mismo,  buscar respuestas y sentido de lo que  somos y queremos ser).  Como decía uno de los aforismos más célebres de Epicuro, “Vacío es el argumento humano de aquel filósofo que no permita curar ningún sufrimiento humano. Pues de la misma manera que de nada sirve un médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma”.

¿Cómo buscar en nosotros, en nuestra esencia? Como le gustaba decir a Plotino (el célebre autor de “Las Enéadas”):  “ Haz  como el escultor de una estatua que debe ser bella: quita lo superfluo, endereza lo que es oblicuo, limpia lo que es oscuro para hacerlo brillante y no dejes de esculpir tu propia estatua hasta que el resplandor divino de la virtud se manifieste”.

Los ejercicios espirituales en el plano filosófico los podemos clasificar en ejercicios reflexivos, ejercicios preparatorios, autoexámenes, lecturas edificantes y ejercicios vitales. El más conocido es la “praemeditatio malorum”  -tal y como lo bautizó Séneca-, es decir, la imaginación de los males futuros (no sólo de los más frecuentes, sino también de los menos probables), para prepararse mejor frente a las  futuras adversidades de la fortuna. Entre ellos se encuentra también la  “praemeditatio mortis”, que consiste en imaginarse de diversas formas la propia muerte y la de nuestros seres queridos para perderle el miedo, convertirla en algo más manejable y ser más consciente de nuestra finitud.

Otro de los ejercicios más conocidos consiste en mirar las cosas humanas desde una altura considerable, como si uno fuera un Dios o un extraterrestre, otorgándoles la relatividad que se encuentra en un tiempo y un espacio concreto y que no es nada si tenemos en cuenta la inmensidad del universo.

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